Reflexiones Sobre La Aceptación Radical de Todo
Reflexiones Sobre La Aceptación Radical de Todo:
Una nueva perspectiva sobre el Origen de Dios, el Mal, el Alma y la Existencia Humana
(Thoughts on the Radical Acceptance of Everything: A New Perspective on the Nature of God, Evil, the Soul, and Human Existence)
Traducción Micky Welsh de Villegas.
La mayoría de las veces, en un momento determinado, experimentamos solo una parte muy pequeña de nosotros. Sin embargo, hablamos como si estuviéramos completos.
Decimos cosas como, “estoy triste” o “estoy enojado” o “estoy preocupado”, pero de hecho, sabemos que a las 8:00 de la mañana podemos mirar hacia fuera de la ventana y ponernos tristes porque la lluvia ha arruinado nuestros planes de ir a la playa, y a las 11:00 podemos estar enojados porque una visita que hemos estado esperando todavía no ha llegado. Media hora más tarde, podemos alegrarnos de que esta persona finalmente llegó y se ha disculpado, y a las 3:00 podemos estar preocupados sobre el curso de un proyecto. Todos estos estados son efímeros: duran un minuto, una hora, una semana, un mes o, en raras ocasiones, un poco más. Pero cuando las circunstancias cambian, estos estados también cambian.
Como consecuencia, cuando decimos “estoy triste”, sólo estamos describiendo un estado momentáneo de nuestro ser completo. Sería más preciso para nosotros decir que el “yo” que existe a las 8:00 está triste. Pero ni siquiera esto sería exacto ya que en ese mismo momento podemos estar escuchando las noticias en la radio, pensando en las próximas vacaciones y sintiendo hambre porque no hemos desayunado.
Entonces, ¿quién es este “yo” dentro de nosotros – ese “yo” del que no hablamos pero que todos damos por hecho – que realmente experiencia todos estos estados de ánimo uno tras otro o hasta simultáneamente y que, sin embargo, no es ninguno de ellos?
¿O qué pasa cuando decimos que nos sentimos “ambivalentes” acerca de algo, por ejemplo ante un nuevo trabajo de mayor responsabilidad, (que nos exige mayor dedicación) que se nos ha ofrecido? ¿No sentimos que una parte de nosotros quiere aceptar el nuevo trabajo y otra parte de nosotros no? ¿Y no parece que estamos siempre yendo y viniendo entre dos partes de nosotros muy completas y realmente convincentes, a veces al mismo tiempo? Entonces, ¿quién es exactamente el que siente estas dos partes, que recuerda una y luego la otra, que fluctúa entre una y otra?
Aquellos que meditan pueden reconocer lo que estoy describiendo y lo llaman “ego observador”. Es esa parte de nosotros que puede observar y dejar ir, pensamientos y sentimientos, una parte que es más grande que las demás y que puede trascender sobre éstas. En este texto, la llamaré “yo central”. En su sentido más simple, es el principio organizador de la psiquis. Todos tenemos uno, desde el genio más grande hasta el más tonto y desde el más santo hasta el peor asesino. Sin embargo, somos menos concientes de esto que de nuestra propia respiración, o de los latidos de nuestro corazón. Es tan fundamental para nuestra habilidad de experienciar la existencia, y al mismo tiempo tan habitual, que es prácticamente invisible; ni siquiera nos damos cuenta de que está allí.
Pero este “yo central” puede hacer mucho más que simplemente organizar la experiencia u observar todas las emociones y los pensamientos que pasan y trascenderlos como maya (ilusión). Puede traer un tipo especial de conciencia compasiva y escuchar a las partes, y llevarlas hacia la integración. La integración que estas partes están realmente tratando de lograr. En un sentido, el yo central puede sentarse y “hacerle compañía” a cada una de las partes internas, como tú podrías hacerle compañía a un amigo triste, enojado o preocupado, y al brindarle empatía, compasión, bondad, una aceptación abierta y un “oído para escucharlo”, realmente llevar alivio y sensación de completitud a partes internas más tristes, más enojadas, más solitarias o nuestras partes más perdidas y llenas de odio. Esta habilidad, que es perfectamente natural y es parte de nuestra herencia biológica, está muy relacionada con lo que nosotros entendemos acerca de la naturaleza del alma, del bien y del mal, y de Dios.
Las ideas de este informe son el fruto del trabajo y del talento de dos personas: el psicólogo Eugene Gendlin (Ph.D.), y mi maestra y consejera de estos últimos siete años, Ann Weiser Cornell (Ph.D). Estas ideas también son fruto del proceso psicológico de auto-curación llamado Focusing, que Gendlin ha descubierto y desde entonces Cornell lo ha desarrollado.
Allá por los años `60, Gendlin, entonces alumno de Carl Rogers, Ph. D. y gran pionero de la psicología humanística, estaba realizando una investigación acerca del hecho de que algunas personas se veían muy beneficiadas por la terapia y otras no. Lo que encontró fue sorprendente. El éxito de la terapia tenía muy poco que ver con lo que hacían los terapeutas, cuánto podían exteriorizar los pacientes, lo bien o mal que estaban antes de comenzar la terapia, o si estaban motivados o no al comenzarla. Lo que más importaba era un cierto proceso que los pacientes exitosos parecían llevar a cabo natural y espontáneamente, cosa que no hacían los pacientes que fracasaban.
En algún momento, durante las dos primeras sesiones, los pacientes exitosos interrumpían lo que estaban diciendo, disminuían la velocidad de sus palabras, dejaban de mirar al terapeuta o miraban para abajo (o hasta a veces cerraban los ojos) y buscaban alguna respuesta interior que se encontraba justo en el borde de su conciencia. Cuando la respuesta llegaba, había una sensación de que ésta se ajustaba a la situación, con una resonancia que el paciente sentía internamente. En consecuencia había una liberación de la tensión, una respiración mas tranquila y, hasta a veces, alegría. La suma de varios momentos como estos durante muchas sesiones parecían resultar en una cura interior.
Uno de los aspectos más fascinantes de este proceso introspectivo de “buscar a tientas” era que los pacientes exitosos no lo aprendían de su terapeuta. Por el contrario, éste simplemente aparecía, como si la habilidad de saber escucharse eficazmente para sanarse estuviera impresa dentro y sólo necesitara del ambiente adecuado para emerger. Gendlin llamó a este proceso “Focusing”. Creyó, además, que se podría enseñar a la gente fuera de una terapia, como una técnica terapéutica de auto-ayuda.
Gendlin también se preguntó qué era lo que los pacientes exitosos buscaban y encontraban. No era simplemente un pensamiento interno – algo que venía de la “mente”- porque los que “focalizaban” parecían estar experienciando sensaciones en su cuerpo y además, porque mucha gente analítica que parecía entenderse a sí misma y que miraban su comportamiento no lograban ninguna mejoría. Tampoco era la experiencia de sentimientos y emociones en el sentido en que siempre pensamos en ellos, como por ejemplo “estoy furiosa con mi mamá” o “le tengo miedo a mi jefe”. Había claramente un gran número de personas que podían expresar muchas emociones fuertes durante la terapia, pero que no mejoraban.
Gendlin llamó a eso que experienciaban la “sensación sentida”, porque parecía sentirse en el cuerpo, y era también una sensación, más difusa y organísmica que las emociones comunes. Estas sensaciones sentidas podían llevar a comprensiones cognoscitivas profundas y sorprendentes – sólo si la persona les prestaba atención, escuchando de una manera paciente, sin juzgar. También había una cualidad especial de leve “distancia” de la sensación sentida – tú no te convertías en sensación sentida sino que sólo le prestabas atención. Si estuvieras totalmente inmerso en una emoción – si estuvieras totalmente triste o enojado – no podrías encontrar la sensación sentida. Como lo dice Gendlin, “Si quieres saber qué aroma tiene la sopa, no metas la cabeza dentro de ella”.
Ann Weiser Cornell, una alumna de Gendlin comenzó a darse cuenta, luego de 20 años de enseñar y practicar Focusing, que el núcleo del proceso de curación era esa cualidad especial de leve distancia y esa forma especial de relacionarse con la sensación sentida. Su trabajo, llamado “La Relación Interior” en Focusing, para distinguirlo del método de trabajo de Gendlin, está orientado a establecer una relación de escucha empática y aceptación entre el yo central y los sentimientos, experiencias y estados de conciencia que tenemos, que sentimos incompletos y nos lastiman. Entonces, en lugar de decir, “me siento triste”, la persona que focaliza es guiada a experienciar ese estado, a lo largo de los 20 a 60 minutos de la sesión, como “parte de mí está triste”, o “hay tristeza aquí dentro”. Después se guía al que focaliza para que se tome su tiempo para “acompañar” ese sentimiento triste y escucharlo como se puede escuchar a un amigo triste, sin hacer nada, ni tratar de alegrarlo, ni discutir con él, sino simplemente siendo su compañero compasivo. (Eventualmente, los que recién comienzan a focalizar tienen que aprender a mantener esta actitud esencial, ya sea focalizando solos, o con un amigo que también sepa Focusing). Una vez que, en este caso la tristeza, es alejada y “des-identificada” del yo íntegro, y es tratada como una parte separada aunque relacionada y asociada dentro del todo, el yo central puede convertirse muy fácilmente en un oyente cuidadoso y compasivo. Si esto pareciera no suceder, entonces se entiende que lo que ha pasado es que hay otra parte que está diciendo, “¡No! No quiero ser compasivo con esa tristeza.” Entonces la solución es que el yo central dirija su atención a esta parte que condena la tristeza, y le ofrezca su escucha.
Una vez que el focalizador que recién empieza comprende esto, siempre es posible llegar a un lugar de aceptación compasiva (que es diferente del acuerdo o el asentimiento) con su propia experiencia, sin importar lo difícil, doloroso o “inaceptable” que parezca ser. Se podría argumentar que los que focalizan están simplemente aprendiendo una actitud o “postura” particular con la que observan sus emociones. Yo diría, basándome en mi experiencia personal acerca de este estado de conciencia y con la experiencia de otros que focalizan, que esta “postura” es un aspecto intrínseco fundamental – posiblemente el aspecto más intrínseco y fundamental – de este estado de conciencia. El yo central siempre es capaz de ser comprensivo y compasivo. Esa es su propia naturaleza. Es un axioma en Focusing que nada en nuestro interior se sana o cambia cuando lo cuestionamos, lo castigamos, lo sermoneamos, le ponemos metas o cualquier otra cosa – típicamente lo que hacemos con cualquier pensamiento, sentimiento o comportamiento “inaceptable”. El único proceso que tiene posibilidad de sanarlos o cambiarlos, es dejarlos ser en nuestro interior, y que el yo central les brinde aceptación, escucha y empatía. Además, este proceso ha sido utilizado no solamente para sanar y escuchar sentimientos “aceptables” como la tristeza o la culpa, sino también para las adicciones, las compulsiones sexuales, la ira devastadora – las partes internas que la gente tiene, que hacen que sientan que no pueden confiar en su ser interior, que les hace creer que hay partes dentro suyo que son perversas, inclinadas al mal, “naturalmente” crueles y egoístas, despiadadas, poco confiables. Al ser traídas hacia la luz de la compasión, a la familia del Ser, estas partes se revelan no como diablos o monstruos, sino como protectores y guardianes de la integridad y existencia del Ser. Un poco por esta razón, Cornell a veces describe su trabajo como “La Aceptación Radical de Todo”.
¿Podría ser cierto que no hay identificación, ni un Demonio Interior, ningún “yetzer hara” o impulso hacia el mal, como el Talmud lo llama? Y si no tenemos tal cosa dentro de nosotros, ¿significa que nadie lo tiene? ¿O es que alguna gente lo tiene – entonces quién sabe quienes son, y quién decide? Y si nadie lo tiene, ¿no es a eso a lo que ha llegado la Nueva Era con sus respuestas vagas y superficiales negando que el mal y el pecado existen, llamándolo ligeramente “enfermedad” o “ignorancia” y expresando que “todo sucede por alguna razón”? Si no hay un impulso fundamental del mal, entonces ¿cuál es la naturaleza del mal? ¿Y dónde está Dios?
La raíz de todo sufrimiento está en la inactividad del “Yo”.
Pero estamos yendo mas allá de nosotros mismos. Primero, debes fijarte si estás dispuesto a probar un pequeño ejercicio. Elige algún problema o dificultad en tu vida, algo que te esté haciendo sentir enojado, triste, disgustado, preocupado o asustado. Trae el problema o sentimiento a tu conciencia para que puedas sentirlo claramente. Pero en lugar de decir “estoy enojado (o triste o asustado)” a causa del problema, puedes decir, “una parte de mi está enojada (etc.)…” (Si se siente como un problema grande y muy difícil, podrías decir, “una gran parte de mí está enojada…”)
Luego imagínate sentado junto a esta parte preocupada de ti, y diciéndole, “hola, me enteré que estás preocupada”, o cualquiera que sea el sentimiento acerca de la situación preocupante. Luego, si puedes, fíjate si te responde algo.
Si probaste este experimento, lo primero que podrías haber sentido es extrañeza. Después de todo, ¡no estamos acostumbrados a hablar con nosotros mismos de esa manera!
Pero si pudiste superar el pensamiento de que es algo raro, “esquizofrénico” o lo que sea, es posible que hayas detectado un sentimiento repentino de distancia interna entre tu y tus sentimientos preocupantes, y también entre tu y el problema que los causa. Puede ser que hayas sentido un poco de tranquilidad, sensación de alivio o hasta de libertad. Hasta es probable que hayas comenzado a escuchar más a esa parte. Podría ser que te haya respondido, “no estoy herido, estoy enojado” o “no estoy asustado, estoy aterrado” o puede ser que haya comenzado a ofrecer nuevas perspectivas, hasta alguna posible solución.
¿Por qué ocurrió esta mejora? Porque, antes de hacer este ejercicio, estabas “identificado” con el problema. Mientras pensabas en él, “él” eras “tú” – la totalidad de ti. Mientras no pensabas en él, él no estaba en tu conciencia. Este es un estado al que llamamos “disociado”. Cuando pensaste en él, él se apoderó de todo. Pero al llamarlo simplemente una “parte” de ti, y luego imaginándote escuchando a esta parte preocupada, tú pusiste al problema en su lugar, y le diste al yo central, a tu Ser, espacio para que su comprensión y su inteligencia puedan actuar en la situación. Tú te diste cuenta, no desde tu mente sino desde tu ser entero, que el “tú” era más grande que “eso”.
Por otra parte, quizás no hayas probado esta experiencia. O quizás sí lo hiciste, pero reaccionaste con mucha fuerza en contra. Puede ser que hayas pensado, “¿Qué estoy haciendo al decir que una parte de mí está loca? ¡Yo estoy loco, eso es todo! ¿Qué hay de malo en eso?
Hay dos razones por las que podrías haber reaccionado de esta forma. La primera, como se mencionó anteriormente, es que este tipo de experiencia resulta extraña para nuestra cultura. No es algo que la gente haga normalmente.
Pero la segunda razón es que la parte de ti que se siente loca se niega a renunciar a su lugar central en la psiquis. Teme renunciar al control. No sabe (porque no ha tenido otra experiencia semejante) que ser visto como una parte, con el yo central al mando, conduciría a un todo mayor. Entonces, no quiere ser visto como una parte. Quiere ser visto como un todo.
Antes de que exploremos esto más profundamente, volvamos atrás un momento. Cuando hablamos de una relación entre el yo central y sus partes – hay, en realidad, sólo tres “estados de conciencia” básicos que los seres humanos podemos experimentar. El primer estado es donde nos encontramos la mayor cantidad de tiempo. Piensa en esta mañana (digamos que es viernes). Si eres como la mayoría de las personas, pasaste una hora aproximadamente corriendo de un lado para otro para llegar a tiempo a trabajar, preparando a los chicos para ir al colegio, quizás pensando con alivio que era viernes, y también quizás, preocupándote por las cuentas que hay que pagar o por una reunión que tienes hoy.
Este es el estado de conciencia normal donde hay diferentes partes activadas al mismo tiempo, manejadas, relativamente, por el yo central. Se puede experimentar confusión, alegría, preocupación y felicidad simultáneamente, y el cuerpo puede estar haciendo algo mientras la mente está haciendo otra cosa diferente. Sin embargo, en conjunto nos sentimos básicamente “normales” y a gusto.
En el segundo estado, donde experimentamos alegría, éxtasis, o lo que Mihaly Csikszentmihalyi llama “Flujo”, no hay separación. El yo central es la experiencia total, y no hay división entre las partes inconscientes o semi-conscientes. Sin embargo, por razones que serán exploradas más adelante en este artículo, no podemos permanecer allí. Dichas experiencias nos muestran lo que somos capaces de hacer, pero ellas solas no pueden hacernos llegar a nuestro potencial.
El tercer estado es cuando una parte, o varias, están al mando y el yo central ha perdido o abandonado su habilidad para escuchar, sanar y conducir. En este estado, a menos que las partes que controlan estén obteniendo exactamente lo que quieren en ese momento, hay sufrimiento.
La raíz de todo sufrimiento está en la inactividad del Yo.
El yo central tiene tres funciones: La primera y más importante es simplemente ser el organizador, la compañía y el “tejido conectivo” entre todas las partes. (En los casos de gente con Desórdenes de Personalidad Múltiple, que tienen personalidades separadas y diferentes y no pueden recordar qué sucede cuando cambian de una a otra, el yo central, por alguna razón, no está cumpliendo correctamente esta función).
La segunda función es mirar adentro y afuera. Es decir, experimentar y procesar las realidades internas y externas y mediar entre ambas.
La tercera función es aquella que pocas veces dejamos que ocurra y que es, sin embargo, la que nos ofrece la mejor oportunidad de sanar. Debido a que el yo central existe por sí mismo dentro de nosotros constantemente durante toda nuestra vida, encierra dentro de él todo el conocimiento acerca de quiénes fuimos, quiénes somos, en quiénes nos estamos convirtiendo y quiénes podemos ser. A causa de esto, puede hacer por nosotros lo que todo padre bueno y cariñoso hace por su pequeño hijo.
Piensa en los padres realmente buenos y cariñosos de una niña de seis años. Primero, ellos la aceptan y la aprecian tal como es, sabiendo lo que es capaz de ser y de hacer a su edad, y comprendiendo para que otras cosas ella todavía es inmadura para hacer o experienciar. Luego, ellos guardan en su memoria la beba que fue cuando nació, cuando tenía dos, cuatro y cinco años. Esto los ayuda a entenderla en su totalidad y a ver cómo está creciendo. Como tercer paso, comienzan a formar una representación, una imagen ideal de su potencial, de lo que ella puede llegar a ser a los dieciocho o a los veinte. Esto los informa y los guía en las decisiones que toman con respecto a ella (por ejemplo, mandarla a clases de música o a un colegio especial). Finalmente, ellos también notan la manera en que ella se va separando de ese ideal – lo que les muestra la conducta que deben seguir para ayudar a que logre su mejor desarrollo, no de una manera dura, castigándola, sino de una forma que esté en consonancia con su amor hacia ella.
Resumiendo, ellos la quieren y la aceptan por quien ella fue, por quien es, en quién se está convirtiendo y quién puede llegar a ser, sin ignorar u olvidar ninguna de estas partes. ¡Un acto de malabarismo! Esto es lo que el yo central puede hacer dentro de nosotros.
La trampa de la identificación
Pero generalmente el yo central no hace esto. Tampoco tiene oportunidad de realizar sus demás tareas tan bien como le sería posible. No lo dejamos porque nosotros, los seres humanos, en nuestro constante esfuerzo por lograr la unidad y el todo, a menudo cometemos el error de crear una unidad falsa tomando una parte nuestra y asegurando que es nuestro todo, o que es tan importante que está en el centro de nosotros. Cuando hacemos eso – actuar como si algún aspecto nuestro, en lugar del yo central, fuera el centro – estamos identificados con esa parte.
Existen millones de formas de identificarse. Por ejemplo, en esta época, pareciera como si por lo menos el 90% de la gente, en lugar de escuchar las realidades internas y externas, se identifican totalmente con la realidad externa. Para ellos, la vida es un laberinto de realizaciones o, al menos, intentos de hacer lo correcto. Por ejemplo, ir al colegio y obtener notas altas, asistir a la escuela debida, elegir la profesión correcta y luego conseguir el mejor trabajo, casarse con la persona indicada, comprar el auto y la casa apropiada y decorarla con buen gusto. (Por supuesto, entre aquellos que se sienten separados o que han sido separados por la sociedad por no hacer lo “correcto”, esto puede significar hacer lo incorrecto para lograr todas las cosas correctas).
Este es el mensaje dominante de nuestra sociedad – que la respuesta a todos nuestros problemas es externa – ya sea haciendo algo o comprando algo. ¡De ninguna manera esto ha sido del todo negativo! Hay cosas asombrosas logradas mediante esta mirada hacia el exterior, que se ha ido profundizado en EEUU y otros países occidentales en los últimos 50 años. Yo, personalmente, estoy eternamente agradecida por todos los ingenieros que se han orientado hacia el exterior en el mundo, ya que yo no tengo ni el conocimiento ni las aptitudes para construir un sillón funcional, y mucho menos un auto, un avión o la computadora que estoy usando en este momento.
Pero si nos identificamos con la realidad externa y excluimos la realidad interna nos limitamos porque, primero, las personas orientadas hacia la realidad externa se lastiman a ellos mismos y a otras personas negando su propia vida interior y la de los demás e insistiendo en que los sentimientos internos carecen de validez salvo que estén “justificados” por la realidad objetiva. Podrían decir, por ejemplo, “¿Cómo puedes estar triste?, te doy todo lo que me pides. ¡Deja de llorar o te daré un motivo para que llores!”.
Del mismo modo, como todos sabemos, la frase “¡enfrenta la realidad!” es uno de los imperativos más comunes que la gente usa para si misma y para otras personas con el objetivo de simplificar la realidad y rechazar el cambio. Últimamente, en la esfera política, su sobre-identificación con la realidad externa – su intenso enfoque en realidades exteriores, junto con una incapacidad para alejarse de ellas, o de escuchar su propio mundo interior – causan puntos ciegos, que muchas veces desconciertan, en muchos de nuestros políticos de hoy.
El otro extremo, bastante raro en esta cultura, es el caso de aquellos que se identifican con la realidad interior casi hasta excluir la realidad exterior. Puede que ellos tengan vidas interiores muy ricas, pero quizás deban luchar para mantener sus relaciones o quizás también tengan dificultades para hacer lo que es necesario para sostener sus vidas físicas. Puede que se lastimen a si mismos y a otras personas por no saber reconocer la validez de sus sentimientos como sentimientos, considerándolos en cambio, representaciones exactas de la realidad objetiva. Entonces, consideran falsos los sentimientos y experiencias de las demás personas si no se ajustan a sus propios sentimientos y experiencias.
Todos conocemos personas que se identifican con su cuerpo. Pueden ser muy fuertes y atractivos. Pueden ser grandes bailarines, o estar llenos de sentido del humor y de alegría de vivir, y su sensualidad y sexualidad pueden parecer más intensas y placenteras que la de los demás. Sin embargo, el gran peligro para ellos es que, finalmente, la belleza física y la fuerza se esfuman con el tiempo.
Podemos identificarnos con cualquier cosa – con ser pobre, con ser rico, con ser alguien que se dedica a ayudar a los pobres, con ser “bueno”, con ser “malo”, víctima o abusador. También podemos identificarnos con ser una buena madre, una persona sensible o un “pensador”. Estamos identificados cuando sentimos que somos algo, cuando no podemos sacarlo afuera y decir que ese algo es una parte de nosotros.
Obviamente, podemos identificarnos, y de hecho lo hacemos, con cualidades y roles que son extremadamente buenos y nobles. En este sentido la identificación es una manera muy marcada de guiarnos, que nos ayuda a cumplir nuestras metas. Casi no podemos evitar estar una gran cantidad de tiempo en la identificación. (Realmente, nuestras identificaciones más fuertes son aquellas que ni siquiera registramos – son una parte nuestra tan fuerte, que pasan a formar parte de las lentes a través de las cuales vemos el mundo, y en consecuencia se vuelven invisibles para nuestra conciencia).
Pero hay tres razones por las cuales es necesario apartarse de nuestras identificaciones por períodos de tiempo. La primera es que nuestras partes carecen de la ecuanimidad que tiene nuestro yo central. Desde algún punto de vista, siempre buscan la confirmación fuera de ellas, entonces carecen de estabilidad y perspectiva. Por ejemplo, alguien sobre-identificado con ser una “persona sensible y amorosa” puede evadir los conflictos a toda costa. Puede que se deprima seriamente, luego de una confrontación excesiva, aún si la lucha resultara en cambios muy deseados y en una resolución de sus problemas. La lucha “prueba” que no es ni tan amorosa ni tan sensible como pensaba que era. Entonces, ¿qué es esa persona? Una disminución en los ingresos, la pérdida del trabajo o el hecho de que un hijo comience el secundario, o que una hija comience la universidad, puede ocasionar un sufrimiento mucho mas grande que cualquier dolor físico o amenaza hacia nuestra vida o la de los que queremos, dependiendo de nuestras identificaciones.
La segunda razón, relacionada con la primera, es que cada vez que nos identificamos con una parte, nos disociamos de otra u otras partes nuestras. Esto no es lo mismo que la des-identificación Este último término significa que el “yo” y la parte son experimentados como separados, aunque relacionados – cuando el “yo” puede acompañar a la parte, tratarla con una actitud compasiva y está dispuesto a escucharla. Pero la disociación es cuando una parte nuestra es negada, rechazada o hasta exiliada, totalmente fuera de nuestra conciencia, y experienciada como “no yo”. La persona sensible y cariñosa puede estar extremadamente disociada de sus propios sentimientos de enojo. Cuanto más intensamente nos identificamos con una parte, más fuertemente nos disociamos de otras, y de todas las demás partes que pueda haber de las que estamos disociados.
Finalmente las partes, que carecen del sentido del tiempo unificador del yo central, son básicamente estáticas. Están comprometidas al futuro, siendo nada más que una extensión del pasado. El yo central, sin embargo, no está encerrado en el pasado. Existe en el “amplio presente”, donde una multitud de posibilidades latentes ya están presentes como potencialidades. A partir de la identificación, estamos constantemente tratando de hacer modificaciones que a veces dan resultado pero que, la mayoría de las veces, fracasan. Sólo la des-identificación permite que emerja una síntesis nueva y verdadera.
A veces, nos sentimos forzados a identificarnos con una parte, como cuando un trabajo requiere de toda nuestra concentración hasta el punto en el que casi olvidamos otros aspectos de nuestra vida. En esos momentos, podríamos decir que el trabajo es sólo una parte de nuestra vida, aunque una parte grande. No obstante, si el trabajo ha demandado tanto que otras partes nuestras han sido suprimidas, puede sentirse como que el sólo acto de admitir la no centralidad del trabajo dejaría al descubierto que todas las demás partes han sido dejadas de lado, y comenzaríamos a sentir una profunda desesperación.
El capitán y la tripulación.
En Focusing, la Relación Interior actúa para salir de la identificación y permitir que el yo central emerja de la manera más sanadora. Generalmente en la Relación Interior, cuando no hay un tema específico sobre el cual trabajar, empezamos invitando a nuestra conciencia a la parte central de nuestro cuerpo, especialmente a nuestra garganta, pecho, estómago y abdomen. Esto es importante porque la información que se necesita para alcanzar nuestras Verdades más importantes no se encuentra en nuestra mente, ni en nuestro corazón. Por el contrario, está contenido – es decir, codificado de una manera que aún no entendemos, en las células mismas, y en las estructuras de nuestro ser físico. La garganta, el pecho, el estómago y el abdomen parecen ser, por alguna razón, los mejores lugares para comenzar a buscar. Algunas veces, los mensajes importantes pueden aparecer primero como un pensamiento o una emoción o una imagen visual, pero hasta que no se sienten claramente dentro del cuerpo, sólo son supuestos.
Al enfocar la conciencia en la parte central de nuestro cuerpo, notamos cualquier cosa que esté “llamando nuestra atención”. Es decir, mantenemos una silenciosa invitación a algo que vendrá, no sabemos qué. Al principio puede sentirse como una sensación física – una presión en el pecho, un dolor que rodea el corazón – y si se le presta atención, comenzará a “abrirse”, a tener un significado, una emoción y quizás hasta una historia detrás – la historia de cómo nos sentimos en el trabajo o como estamos en la relación con nuestra pareja. Cuando esto ocurre, nos dedicamos a escucharla y decir por dentro, “Escucho lo que te hizo poner triste” o “Puedo ver cómo eso te hizo enojar”. Luego, otras partes pueden hablar – otras que no están de acuerdo, o que completan la historia. Pero como cada parte tiene como principal motivación la completud del todo, cada parte es bienvenida y escuchada, hasta que se llega a una solución interior.
Es como el capitán de un barco y su tripulación. Imagina que el capitán, con total sinceridad y honestidad, invita a la tripulación a que le diga qué es lo que realmente está pasando en el barco. Al principio, si el capitán no ha hecho una invitación como ésta anteriormente, puede ser que la tripulación tarde mucho en responderle. Pero quizás un día (tal vez cuando estén en medio de una crisis) un miembro de la tripulación – un joven aprendiz – le hace saber al capitán que él tiene algo que decir.
Al principio está atemorizado, se retira y vuelve al rato, pero viendo que el capitán es paciente y no lo rechaza, él comienza a hablar. Ambos están atemorizados por la situación, puede que el aprendiz comience a hablar quejándose de la comida que le dan y de las condiciones pésimas de su trabajo. Pero finalmente, contará la historia completa. Aunque quizás no lo diga en voz alta, el mensaje escondido que quiere que el capitán entienda es que inclusive él, un aprendiz que nunca ha ido al colegio ni ha aprendido a leer, sabe mucho acerca del barco y conoce algo acerca de lo que éste necesita.
Mientras el joven aprendiz habla, otros miembros de la tripulación que están al tanto del problema, se reúnen para decir lo que saben. Algunos están más atemorizados o enojados que otros. Y pueden no estar de acuerdo entre sí. El ingeniero del barco y el teniente, por ejemplo, siempre tienen opiniones diferentes y han discutido por años. Todo el enojo, los temores y peleas internas deben ser escuchados en un procero ordenado (al menos transitoriamente) para que los mensajes importantes salgan a la luz.
Sorprendentemente, ante la presencia de un capitán comprensivo, ninguno de los miembros de la tripulación se quiere salir con la suya. Lo que quieren es ser escuchados, respetados y comprendidos y que se les reconozca que ellos quieren lo mejor para el grupo. Finalmente, cuando todos han hablado y han sido escuchados, el capitán llega a una resolución mejor que cualquier otra resolución a la que podría haber llegado algún miembro o algún comité de la tripulación. Curiosamente, no es el capitán quien anuncia la resolución. Como los ejecutivos más inteligentes y entrenados, él hace que parezca que la decisión la tomó la tripulación. A menudo, parece que la decisión fue tomada por el miembro de la tripulación que fue menos escuchado y respetado. No obstante, es obvio que no se podría haber llegado a una solución si el capitán no hubiera escuchado a toda la tripulación con transparencia y compasión, especialmente al miembro del grupo menos tenido en cuenta.
A veces, este proceso es fácil – todo lo que se necesita es que el capitán y la tripulación se relacionen auténticamente. Otras veces, es más difícil. Pero hay situaciones en que es particularmente difícil. Por ejemplo, en el caso de una seria adicción o compulsión.
La historia del prisionero.
Para mucha gente, hay un prisionero capturado en el calabozo del barco. Sucedió que una vez, mucho tiempo atrás, cuando era un importante miembro de la tripulación, fue arrestado por motivos falsos y estuvo encerrado por más tiempo del que nadie pueda recordar. Como estaba desesperado y desesperanzado acerca de su situación él cree que la única forma de liberarse es tomando el barco, encerrando al capitán dentro de un armario, con las manos atadas y la boca sellada. Cuando él logra esto, por un corto tiempo, siente poder y libertad.
Esta es la razón por la cual la gente con adicciones y serias compulsiones siente una poderosa sensación de euforia o claridad o de tener alguna misión importante por realizar – que no comienza en el momento en que empiezan, por ejemplo, a beber, (pueden sentirse bien o no en ese momento) sino un momento antes, cuando “van más allá del límite” y saben que van a hacerlo – por ejemplo, cuando están abriendo una botella. Es como si ellos hubieran sido “secuestrados”. Quizás todavía son concientes de una voz dentro de ellos que les dice que lo que están haciendo es dañino y destructivo para ellos y para los demás, pero en ese momento, están inundados de poderosas voces y sentimientos que dicen que lo que están haciendo está bien.
Esta es otra de las razones por la cual una adicción, o más obviamente una compulsión, puede tener una extraña cualidad irracional, y dejar a aquellos que están cerca de la persona compulsiva sintiéndose usados y traicionados. Tomemos el ejemplo de un querido párroco de un pueblo pequeño que ha estado malversando dinero de la Iglesia durante años. Todos piensan que él lo debe haber planeado todo, que su bondad ha sido sólo una fachada. Pero él dirá que cada vez que lo hacía, no estaba en sus cabales, lo cual es absolutamente cierto. Lo que no dirá, porque nadie lo entendería y muchos estarían horrorizados al escucharlo, es que cada vez que él tomaba el dinero de la colecta y la ponía en su bolsillo, algo dentro de él le decía que eso estaba bien, y que quería hacerlo. Una vez que esta acción estaba realizada, él no era capaz de entender qué lo había impulsado a hacerlo, ni de volver atrás. Como resultado de estas acciones, crecía dentro de él una oscura pared de vergüenza y secreto, porque esa parte de él se quería esconder hasta de él mismo, lo mas rápido y completamente como le fuera posible. Finalmente fue descubierto.
El prisionero una vez realizó una tarea importante en el barco, por eso nadie puede reemplazarlo totalmente, dificultando entonces, las maniobras del barco. Es por eso que él escapa, en general, cuando hay estrés y cuando realmente se necesita hacer el trabajo que él realizó una vez. Pero una vez que se escapó, encerró al capitán y tomó el barco, casi no puede recordar su antiguo trabajo. Obviamente, no puede timonear el barco – no sin el capitán. De hecho, él es bastante débil. Todo lo que puede hacer es quedarse en el control el tiempo que pueda y decirle a los demás miembros de la tripulación la verdad de lo que sucedió el día en que fue capturado y arrestado.
Pero hay muchos miembros de la tripulación que temen la destrucción del barco si se conoce la verdad acerca de la historia del prisionero, entonces el prisionero habla sólo en código – muchas veces a través de la droga o la compulsión y el ritual que lo rodea. Finalmente, el prisionero se debilita y los demás tripulantes lo encierran nuevamente. O, en algunos casos, el prisionero se convierte poco a poco en el miembro dominante de la tripulación – el secuestro es casi permanente. Pero el prisionero solo, sin el capitán, controlando a los demás miembros de la tripulación a través del temor, está viviendo en una prisión psíquica.
Esta es la horrible paradoja de cualquier compulsión o adicción – que no importa lo destructiva o abusiva que sea, en su núcleo da vida y sirve a la vida. Es más que un escape del dolor psíquico y una liberación de tensión, aunque también es estas dos cosas al mismo tiempo. Es un intento por llegar a la totalidad y un esfuerzo mal orientado para salvar la integridad psicológica y hasta la mismísima vida del individuo.
Aunque el impulso sirva a la vida, actuar sobre la base de la adicción o de la compulsión aleja la posibilidad de sanar, ya que el yo central no está al mando, y sólo el yo central tiene el poder de sanar. El prisionero debe ser invitado, primero, a hablar, sobre su derecho acerca de sus actos por ser éstos servidores de vida, (por supuesto, sin dejarlo continuar) y luego, poco a poco, a decir su nombre y a contar su historia entera.
Es un viaje difícil porque el prisionero debe primero dejar ir lo que tiene – su “integridad” (como el Satanás de Milton, que prefería dominar en el Infierno antes que obedecer en el Paraíso) y su ilusoria sensación de control y poder, quedando entonces aterrorizado y sin poder. El prisionero ha llegado a pensar que el amor no existe. Aceptar y confiar en la bondad del yo requiere abrirse a la posibilidad, y luego a la certeza de que el universo cruel que él ha experimentado no es pura realidad, y ese descubrimiento, esa nueva perspectiva, es siempre dolorosa. El hecho de resignar el control y tener opiniones contrarias a la experiencia previa, que uno será amado en lugar de destruido, es posiblemente la tarea más difícil y atemorizante que uno pueda realizar.
Pero lo que hace el prisionero para separarse de su Ser, lo hacemos nosotros la mayoría de las veces. Es parte de la danza del Universo, las dos caras de la naturaleza de Dios.
El regalo, en la elección del rebelde.
Esta doble naturaleza no es, como se cree generalmente, una batalla entre la Luz y la Oscuridad, o el Bien y el Mal. De hecho, no es una batalla sino una interacción dinámica que cambia constantemente, sin la cual la existencia y la Creación en sí mismas no serían posibles. Es la interacción entre la expansión y la unión.
Estas se conocen con otros nombres: separación y unidad, o pensamiento y deseo, Psiquis y Eros, Shiva y Shakti. Ambos son necesarios. Un universo de expansión solamente, no sería nada mas que energía infinita, irradiando hacia afuera para siempre, sin interactuar con nada, sin impactar en nada, sin crear nada. Pero un universo de unión solamente, sería exactamente como la entidad astronómica conocida como agujero negro – un pequeño punto de una sustancia infinitamente densa y pesada de la cual nada, ni siquiera la luz, puede escapar.
Debido a que estos dos elementos deben estar presentes en interacción dinámica para que cualquier cosa exista, aún en el nivel subatómico, no podemos adorar a uno y excluir al otro. Parece más “espiritual” adorar la unidad, porque en el plano del mundo se manifiesta siempre la adoración a la separación. Pero si no hay separación, ¿cómo definimos la unidad? Si todo estuviera fusionado, no habría nada para unir, y nada nuevo.
Dios, para conocer y experienciar y desarrollar su Ser, tuvo que dividirse en partes separadas aunque relacionadas entre sí y con su Ser. Lo mismo hacemos nosotros. No podemos crecer y desarrollarnos si nos quedamos en una posición de total singularidad interna. Una parte nuestra “mas crecida” debe permanecer afuera y separada de nuestra experiencia, observando, pensando, sintiendo y haciendo ajustes, mientras partes “más nuevas” prueban cosas nuevas. Cuanto más difícil es el desafío, más estaremos yendo mas allá de nuestras limitaciones y más partes nuevas emergerán en nosotros, de la gran creatividad del yo central.
Podemos ver como se desarrolla este proceso en la primera infancia, en el juego. Los niños, cuando juegan, exteriorizan sus partes y su modelo del mundo y lo manipulan, aprendiendo el proceso de pensar acerca de las cosas, probando las posibilidades, los “que pasaría si…” que forman nuestras realidades internas. A medida que crecen, pueden simbolizar cada vez más este proceso sin la ayuda de los juguetes, usando como escenarios sus propias mentes, hasta que alcanzan la sofisticación y la complejidad de los adultos. Para los niños pequeños, su juego se siente muy real. Para los adultos, las realidades de la vida son el “lugar de juegos”, aunque generalmente no pensamos acerca de ellas de esta manera.
Una de las grandes paradojas es que a pesar del cuidado y de la compasión del yo central (o quizás debido a ellos), aquellos que escuchan y se entregan al yo por completo, aunque sea por una semana, cambian para siempre. Nunca más podrán olvidar lo que significa ser auténticos consigo mismos. Puede que no vivan una vida auténtica durante algunos años, o nunca, pero ahora saben lo que hacen, y ya nunca podrán volver a la inconciencia.
Quizás ésta es la razón por la cual tan poca gente está dispuesta a dar este paso. Para la mayoría, conocer, escuchar y seguir sus verdades internas suena muy bien en teoría, pero parece tan poco realista como renunciar a sus trabajos, dejar a sus chicos en el Burger King mas cercano y hacer una excursión a Nepal por un año. Uno de los motivos para que esto suceda es que muchos de nosotros fuimos enseñados tan bien a desconfiar de nosotros mismos y creer que somos “buenos” sólo si podemos controlar lo que es “malo” dentro de nosotros, que nos da miedo escucharnos interiormente. Todo lo que conocemos y en lo que confiamos es la conocida pero limitada homeostasis lograda entre los ataques internos interminables y las censuras, y las partes internas rebeldes que desean que seamos “libres”.
Pero puede haber una razón aún más profunda que ésta que justifique nuestra dificultad para escucharnos o volvernos más auténticos con nosotros mismos. Si parte de la naturaleza de Dios es la expansión o la separación, ¿podría ser que alguna parte de nosotros no quiera a alguna parte de este yo central – y eso también es parte del plan?
¿Cuántos de nosotros sentimos que hemos arruinado nuestra vida – con el trabajo equivocado, la carrera equivocada, la pareja equivocada, o una adicción? ¿Y cuántos de nosotros sentimos que, cuando elegimos, sabíamos en el fondo que nos estábamos equivocando?
¿Es posible que el propósito de nuestra elección haya sido saber más, aprender más, y ser más, pero – aquí está la dificultad – sólo encontramos el tesoro de nuestros viajes a las zonas inexploradas cuando aceptamos el desafío de encontrar nuestro camino de regreso?
Para crecer, el niño, que quizás tiene los mejores padres del mundo, debe tener experiencias que sus padres no conocen, de la misma manera entonces, nosotros debemos pasar por experiencias, en diferentes momentos, que nuestro yo central no “conoce”, para poder saber más y ser más. Los buenos padres saben que sus hijos deben pasar por ese tipo de experiencias. Pero también saben que los chicos no pueden permanecer allí por mucho tiempo o de lo contrario se perderán, así es que, en un momento determinado, si el niño no ha regresado, ellos irán a buscarlo y lo traerán de nuevo a casa.
Entre los adultos y el yo central el juego es mucho más complicado y el riesgo es mucho mayor, porque un adulto puede perderse y no tiene reparo por no encontrar el camino de regreso a casa nunca en su vida. Pero el camino a casa siempre está disponible (aunque a veces es difícil encontrarlo), y el yo central es muy paciente. Siempre está listo para escuchar a las partes internas del cuerpo que han sido olvidadas y rechazadas, y para ofrecer el primer paso a seguir. Cuanto más lejos hagan el viaje, más riquezas acumuladas encontrarán en el camino de vuelta (aunque pueda haber mucho dolor a lo largo de ese viaje).
Esto no significa solamente que el hijo pródigo siempre es bienvenido en su casa. Nuestros hijos pródigos (los que están dentro de nosotros) deben irse, por su propio bien y por el nuestro, así si alguna vez encuentran el camino de regreso, quiere decir que son más sabios y ricos de lo que serían si nunca se hubieran ido. Y lo mismo nos pasa a nosotros.
En el Judaísmo, esta idea está contenida en el concepto de t´shuvah, la práctica de admitir los propios pecados ante Dios, realizada más intensamente durante los Días Sagrados, Rosh HaShanah y Yom Kippur. T´shuvah literalmente significa “regreso”. Según las palabras de Adin Steinsaltz,
Su significado va más allá del arrepentimiento o el pesar causado por el error. Se lo considera fundamental para la existencia del mundo. T´shuvah es un fenómeno universal y primordial contenido en la estructura básica del mundo.
T´shuvah es una manifestación de la divinidad dentro nuestro. A través del T´shuvah, podemos liberarnos del entramado que obstaculiza nuestras vidas, de la cadena de la causalidad que de otra manera nos obliga a seguir un camino sin regreso.
Y, como el gran erudito Rabbi Abraham Isaac Kook, en su libro “Luces de T´shuvah”, explica:
El dolor sentido en la inspiración inicial al t´shuvah se debe a la separación de las capas del mal (heridas) del ser, que no se pueden reparar mientras formen parte y permanezcan unidas a la persona, causando deterioro en el espíritu. A través del t´shuvah, son separados de la esencia básica del ser. Cada separación, como en cirugía, produce algún dolor. Este es, sin embargo, el dolor más interno que existe, a través del cual la persona se libera de la servidumbre de los peores hábitos y las mas bajas inclinaciones y sus amargas consecuencias.
T´shuvah emerge de las profundidades del ser, de muy profundo, de allí en donde se encuentra el individuo, no como una entidad separada sino como una continuación de la vasta existencia universal.
El que oye.
El yo central, esa conciencia que incluye todos nuestros pensamientos, recuerdos y sentimientos, que puede ofrecer compasión hacia cualquier cosa que experienciemos es, entonces, lo más cercano al Alma que tenemos los seres humanos en esta existencia física. Nuestra alma está aquí, literalmente, con nosotros en cada momento. Simplemente, no hemos dejado que nos guíe. Tampoco hemos aprendido cómo se relaciona con el resto de nosotros, o lo que puede hacer. Claramente, esto es lo que quería decir Jesús cuando expresó, “El reino es Dios, está entre (dentro de) nosotros”, ya que somos capaces de detenernos en todo momento, escuchar dentro de nosotros, experienciar todas nuestras partes como partes y saber que en el fondo somos libres y que no sufrimos.
Aún así, esto depende de la des-identificación. Estoy convencido que es a lo que se refería Buda realmente, cuando enseñaba a no aferrarse, a no eliminar ni negar el deseo. Se refería a la habilidad de des-identificar, de dar empatía a las partes nuestras que anhelan y desean cosas personales. Esto es lo que Jesús quería decir, antes de que sus palabras fueran distorsionadas, cuando dijo, “Si tu mano o tu brazo te ofenden, córtalos”.
Jesús también dijo, “Donde dos o tres de ustedes están reunidos en Mi nombre, allí estoy yo en medio de ustedes”. El “dos o tres” son las partes y el Yo, y el Nombre (o Nombres) en este caso son compasión, empatía, bienvenida, aceptación, apertura, gracia.
A partir de aquí, podemos comenzar a pensar o considerar a Dios como Ese Que (o, quizás mas precisamente Ese Quien) puede escuchar y hacerle compañía a todas las partes, en cualquier lugar. Debido a que Dios contiene todo lo que fue, es, y todo lo que puede ser, Dios es también el que hace – posible – los cambios.
Muy posiblemente, cuando rezamos, somos la parte que “está llamando la atención de Dios”, de la misma manera que en la Relación Interior, hablábamos de localizar una parte dentro de nosotros que está llamando nuestra atención. Durante la experiencia de Focusing nos damos cuenta de que una vez en presencia del yo central, las partes realmente no quieren su propio modo. Tampoco quieren ser modificadas, rescatadas, apaciguadas o minimizadas, porque eso significa negarles su crecimiento e integridad, tratándolas como algo inferior a lo que son. Quieren ser escuchadas, respetadas, aceptadas, bienvenidas y, más que nada, comprendidas, sin ser juzgadas. No quieren que el yo central sea neutral e inalterable. Quieren que les comprenda sus sentimientos sin quebrarse. Quieren sentir que fueron comprendidas y que lo que dijeron fue tenido en cuenta, sin importar el resultado final.
De la misma manera, a pesar de todo el horror y el sufrimiento de nuestro siglo, y a pesar del hecho de que a través de la historia del Hombre, la crueldad y el dolor parecen ser más comunes que el amor y la compasión, no serviría al crecimiento del espíritu humano – ya sea dentro de un individuo o dentro de la humanidad entera – si Dios tratara de hacernos mas adecuados, cambiarnos o socorrernos. Tampoco son éstas las funciones o los propósitos de Dios. La función de Dios puede ser escucharnos, guiarnos hacia una unidad mayor con el todo, y hacia una empatía y compasión más profundas. Cuando realmente rezamos, lo que buscamos, más que todo, es la sensación de que Dios nos escucha y recibe todo lo que nos pasa – inclusive cuando estamos llenos de ira, o temor o también cuando descreemos de El. Quizás la fe es, en el fondo, primero la creencia, y luego la sensación sentida de que algo compasivo, bondadoso y abarcador nos escucha y que se ve afectado por nuestras oraciones y nos susurra, “Entonces, esto es de esta manera, para ti. Sí, ahora entiendo”. Cuando tenemos la sensación de que nuestras oraciones fueron escuchadas, nos sentimos sanados a pesar de que ninguna de las circunstancias ha cambiado todavía.
Quizás cuando decimos que nuestras oraciones fueron “respondidas”, es porque en ese momento, éramos la parte cuya necesidad y ruego era la resolución que más necesitaba el Todo – ya sea la totalidad de nosotros, o el Todo mas grande. Cuando nuestras oraciones no son respondidas, tal vez sea porque alguna otra acción o resultado es requerido por el todo.
Si la expansión y la separación son parte de la naturaleza integral de Dios y de la Creación, y si podemos aceptar el milagro de la fe como una realidad objetiva (no solamente psicológica) que le ha permitido a la gente experimentar la presencia de Dios aún en las circunstancias más graves, entonces es posible imaginar a un Dios lleno de amor y compasión sin negar o minimizar la existencia de la tragedia o del mal (pero tampoco enfatizándola), y sin convertir al mal en algo que la Humanidad creó contra los deseos de Dios. Sin embargo, sólo podemos hacer esto si estamos dispuestos a tratar de aceptar todo con compasión y con lo que los Budistas llaman “bondad”.
En la tarea de sanar lo que está separado, roto, enfermo y que sufre alrededor de nosotros, es importante recordar que debemos dar la bienvenida y aceptar todo, inclusive (o especialmente) aquellas partes que sentimos que no podemos. La verdad es que no podemos sanar nada que consideremos irredimiblemente separado o en la oscuridad. Sólo podemos dominarlo y suprimirlo. Esto puede tener éxito por un tiempo, y hasta a veces puede ser necesario. De este modo, no sólo perdemos el tesoro escondido en la parte perdida sino que, además, suprimimos las cualidades que contiene esa oscuridad que se pretende reducir.
Las palabras más elocuentes y las más perfectas exhortaciones no cambiarán ni una pizca una sola área de oscuridad. Sólo la aceptación de lo que es, puede empezar a cambiar la realidad. Sólo escuchando a la oscuridad, escuchando su historia completa sin juzgarla, descubriendo a qué le tiene miedo y entendiendo qué quiere para el todo – qué regalo o tesoro posee, aunque sea de una manera distorsionada y hasta viciada – puede crear el entorno en el que el cambio es posible. Extrañamente, para permanecer centrados y ser mas efectivos, debemos estar dispuestos a quedarnos en el punto medio entre dos sentimientos contradictorios – con una total aceptación de lo que son, una inquebrantable creencia y un compromiso hacia lo que deba ser.
Aquellos que trabajan para la justicia y el cambio, sufriendo derrotas que son constantes en este momento, pueden ayudarse brindando mucha bondad y empatía a las partes de ellos que están tan frustradas y lastimadas. Una vez que esas partes son escuchadas y reconfortadas, ellos podrían preguntarse si hay algo que no están escuchando. ¿Hay algo que ellos mismos no se permiten escuchar? ¿Están dividiendo el mundo en “bueno” y “malo”, excluyendo demasiado, sin incluir lo suficiente del todo? ¿Hay alguna parte (alguna verdad) que se esté expresando de una manera distorsionada, por su oposición? Si es así, ¿hay alguna forma de reconocerla, escucharla y transmutarla para que funcione con el todo mas grande? Y quizás (si todo lo demás pareciera no funcionar) sería bueno preguntarse ¿cuál sería el propósito de la separación del todo, de Dios?
Si se escuchan todas estas partes, y se formulan estas preguntas y se trabaja con estas contradicciones y se siente todavía que las acciones realizadas están bien para el yo central, entonces el protagonista se puede sentir seguro confiando que está en su camino, sabiendo que está trabajando por su alma, el trabajo de Dios en la tierra.
Al final, todo esto nos lleva a un término muy usado pero excepcionalmente definido, la gracia. La gracia es el milagro que la aceptación, la bondad, la empatía y una compasión, que es profundamente cuidadosa sin estar fusionada, pueden transformar las penas más grandes en los tesoros más valiosos. Estamos en presencia de la gracia cuando una adicción que avergüenza a una mujer, se convierte en luz y fuerza interior. Fue la gracia cuando una voz cruel dentro de mí que condenaba muchos de mis mejores esfuerzos, se convirtió en la voz de lo que yo realmente aspiraba a ser. Y fue la gracia cuando unos cuantos años atrás, después de pasarme el día pensando que la única solución racional a mis problemas sería tomarme un frasco de pastillas, fui sanada por una llamada a mi mejor amigo, que no me contradijo ni trató de hacerme sentir mejor, sino que simplemente estuvo dispuesto a escucharme decir que me sentía terriblemente mal, pronunciando solo unas pocas palabras hasta el final del relato. Cuando la conversación terminó, aunque nada en mi vida había cambiado, casi no podía imaginarme que una hora antes hubiera querido destruirme.
El último ejemplo es importante, porque no sólo esta gracia, sino todas las demás mencionadas más arriba, llegaron en menor o mayor grado con la ayuda y guía de los otros. Esta es la última paradoja: Aunque nadie puede sanar a otra persona, y nadie puede completar a nadie, y que tenemos dentro de nosotros eso que puede sanarnos, a menudo necesitamos de otras personas para que nos ayuden a sanar, a señalarnos el modo y a mostrarnos, entre otras cosas, con qué estamos identificados y qué partes de nosotros no podemos ver, a ayudarnos a sentirnos suficientemente seguros para encarar nuestros mayores heridas y temores. Es parte del regalo y la gracia que Dios nos da, que en Su infinita y grata búsqueda para conocer y experienciar su Ser completamente, nos alienta a buscar, experienciar, escuchar y conocer al otro.